Porqué todo el mundo debería ver Moana mil veces
¿Ya viste la película de Disney: Moana? Si aún no lo haces, te daré mil y un razones para que la veas y la disfrutes este fin de semana.
Cuando era chica vi todas las películas de Disney, mil veces cada una. Mi papá se las conseguía copiadas en VHS y teníamos en la casa una tremenda videoteca. Toda la infancia me la pasé viendo películas con mi mejor amiga y construyendo aventuras imaginarias desde esos referentes. Las favoritas: La Sirenita y El libro de la selva, lejos. Era la típica niña que se sabía todos los diálogos y canciones de memoria, soñaba con ser princesa, con mi príncipe y todos con los clichés existentes.
Después, con los años, vino esa revisión por la cual estoy segura que pasamos muchas mujeres, ese entender cómo miles de películas, de Disney y de donde fuera, habían marcado patrones que nos ponían una y otra vez en un lugar desvalido, necesitado, dependiente, poco resuelto. Estoy segura de que miles fuimos esas princesas incompletas durante demasiados años, hasta que hace un tiempo la ola feminista vino a sacudirnos y despertarnos de a poco.
Por esa misma época, en un período de mucho tiempo libre en mi vida, me topé con Moana. Había estado recurriendo a ese resentimiento con Disney y sus películas de princesas, y no quería saber nada “las nuevas películas de princesas” como Frozen, Enredados, Valiente (con esta también me equivoqué, lo reconozco) ni Moana. Pero el aburrimiento me ganó y terminé viéndola un miércoles a las 11 de la mañana sin ninguna expectativa.
Para poner un poco en contexto, sin hacer spoilers, esta película cuenta la historia de Moana, una princesa habitante de la isla polinésica de Motu Nui, y heredera al trono de jefa de su tribu. Moana emprende un viaje navegando por el océano, con el objetivo de devolver su corazón a Te Fiti, diosa de la vida y la naturaleza, ya que la pérdida de su corazón ha puesto en crisis el equilibrio del ecosistema de su isla.
Ella siempre sintió un llamado a la aventura, un impulso fuerte por navegar más allá de lo permitido por las leyes de su tribu, una intuición por liderar a su pueblo desde un lugar distinto que el de su padre. Y en esa búsqueda de identidad, su abuela, madre del jefe de la tribu, fue siempre un personaje importante. Contando historias antiguas de aventuras en mares lejanos, develando aspectos ocultos de la historia de Moana y de su tribu, acompañándola y cuidándola mientras crecía y durante su viaje.
En este viaje, tiene como compañero a Maui, un semidios que al parecer ha robado el corazón de Te Fiti y por lo tanto es el encargado de restaurarlo, y a Hei Hei, un gallo multicolor con miedo a la infinitud del océano que cumple con el clásico rol de compañero animalito de las películas de Disney. Hei Hei es aparentemente inútil y no habla, pero finalmente siempre está en el lugar justo para salvar las situaciones límites.
Todavía me sorprendo de lo que encontré cuando la vi: mensajes feministas y ecologistas, una historia fascinante sin necesidad del amor romántico. Era una película sin príncipe, donde los hombres se equivocan y la sabiduría ancestral y los vínculos femeninos nos dan la confianza clave para lograr objetivos y encontrarnos a nosotras mismas en la difícil búsqueda de identidad. Una película donde la sucesora jefa de la tribu será una mujer solo porque nació mujer y nadie lo cuestiona, su género no es tema. Moana no tiene que hipervalidarse como jefa ni demostrar nada más que su capacidad de liderar, como cualquier líder debe hacerlo con su pueblo.
Me encanta que la inquietud principal de Moana sea por encontrar su lugar en el mundo y en su tribu, por definirse a sí misma como una líder diferente, siendo fiel a sus convicciones y a su llamado. Su viaje es una forma de rebelarse ante lo establecido desde la honestidad y desde el cariño a su tribu. No hay problema con que el amor romántico no sea parte de la historia, con que Maui sea un compañero con quien se forja una relación de amistad basada en el aprendizaje, el respeto, la tolerancia y finalmente la admiración mutua.
El mensaje de que podemos conectarnos románticamente una vez que ya nos encontramos a nosotras mismas y sabemos qué lugar queremos ocupar en el mundo, me parece invaluable.
Al mismo tiempo una película profundamente medioambientalista, donde el desequilibrio de un ecosistema y por ende del bienestar de un pueblo, dependen de haber afectado directamente el corazón de la naturaleza. Y hay un llamado a generar una solución y restaurar las cosas, respetando esa esencia y basándose en el respeto. Ese respeto con que creo nos hace tanta falta conectar.
Esta película nos muestra que hemos creado una forma de vida que se basa en la desconexión de la naturaleza y sus límites, pensando que somos superiores a su lógica, cuando cada vez es más evidente que todos somos naturaleza y vivimos en un mundo que tiene sus propio orden, y que no entender ni respetar ese orden intentando imponer el nuestro, no podrá asegurar que vivamos en bienestar y armonía, si no mas bien todo lo contrario.
Esta película me maravilla porque consolidó en una sola historia muchas reflexiones que creo fundamental hacernos en los tiempos que corren. ¿Cómo queremos resolver la crisis en la que nos metimos al desvincularnos de la naturaleza? ¿Cuán importante es ser fiel al llamado que nos dice, desde el corazón, el lugar que tenemos que ocupar en el mundo? ¿Cuán importante es la sabiduría que nuestras ancestras tienen para transmitirnos?
En una película para niñas y niños por fin hay nuevos patrones; ya no somos las princesas desvalidas. Somos aventureras, rebeldes y temerarias, pero también respetuosas, bondadosas, humildes, inteligentes y perseverantes. La respuesta a nuestra búsqueda estará en nuestra valentía e identidad propia, y siempre nos cuidarán la sabiduría y el amor de las mujeres mayores.
Y los “monstruos de la naturaleza” que aparentemente solo traen destrucción y muerte, resultan no ser más que un resultado de lo que nosotros mismos hemos construido, y la solución está en nuestras manos: un nuevo orden que se base en el respeto al medioambiente y al reconocimiento de sus límites. La restauración del corazón de Te Fiti representa el equilibrio que podemos lograr entre la presencia humana en el mundo y el respeto a la naturaleza, sin la cual no podremos sobrevivir.
Gracias, Moana, por ser la mejor película para miles de niñas y niños que crecerán con otros patrones, otros modelos, teniendo en su mente otras reflexiones, y ojalá relacionándose de otra forma con el mundo que nos desafía, y en un momento en que es indispensable hacerlo.
Si aún no la has visto, la invitación está más que hecha: vela sola o con tus hijos, sobrinos, nietos, amigos. Vela muchas veces porque las claves y significados son muchísimos, y ojalá que como yo, puedas encontrar nueva sabiduría en cada pasada. Y si ya la viste, te propongo verla otra vez con nuevos ojos. Esta es una película que a todas luces rompe con muchos de los estereotipos de Disney, pero sin dejar de ser una película muy Disney: música increíble, fotografía impecable, lugares maravillosos, personajes y aventuras divertidas, ingeniosas, un animalito compañero (uno de los mejores para mi) y un final feliz.
Estoy convencida de que, desde una mirada fresca, hasta en los lugares más inesperados está la sabiduría que necesitamos para llevar una vida más consciente. Y no sé si todo el mundo conectará con Moana y con todo esto como yo, pero estoy segura de que películas como esta van construyendo de a poco, la nueva realidad que nos hace tanta falta. Y por eso creo que todo el mundo debería ver Moana mil veces.
Magdalena López M.
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Carolina Díaz Dice:
Mi hijo de tres años quiere ser como ella, la admira y le encanta. Concuerdo absolutamente con todo lo dices, una película digna de ver imitar y reflexionar.
Eli Dice:
sis xd
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