articulos |Publicado el 23-03-2022

¿Vegana, animalista, feminista? Ventajas y desventajas de ponernos la etiqueta de una causa

En un mundo en que mucho y muchas elegimos ponernos etiquetas de las causas que amamos, al mismo tiempo enfrentamos cuestionamientos difíciles. Acá algunas reflexiones para tener en cuenta en este proceso.

Hace unos 5 años, vi una película que me cambió la vida. Moana (si, la de Disney) me instaló para siempre la inquietud por revisar, reentender y reinventar la relación del ser humano con la naturaleza, junto a otras ideas importantes a las que después nombré antiespecismo, ecologismo, anticolonialismo y varias más... Nada muy innovador de mi parte, ya que atravesamos una era en que prácticamente no eres nadie si no tienes tu propio "ismo". 

La RAE define el sufijo "ismo" como el indicado para formar sustantivos que representan "doctrina", "sistema", "escuela" o "movimiento", es decir, una forma específica de hacer las cosas, o una tendencia colectiva que propone una perspectiva específica para ver el mundo. Y en un mundo que cada vez tiene más problemas para funcionar de forma armónica, surgen "ismos" a granel como soluciones a las inquietudes que muchas y muchos nos planteamos con vehemencia.

Soluciones las hay de todo tipo: algunas descabelladas como el antiglobalismo que algunos líderes de países proponen como parte de sus lineamientos políticos. Otras extendidas hasta ser cada vez más comunes como el ateísmo y el capitalismo, y algunas de mis favoritas, las que he trabajado por integrar, construir y deconstruir los últimos años: veganismo, animalismo y feminismo.

Desde hace un tiempo, por la época en que se concretó la Cuarta Ola Feminista, o en que el consumo de productos basados en plantas comenzó a cambiar radicalmente el mercado de los alimentos, decidí que ya no podía seguir viviendo de la misma forma. Una dieta sin más productos de origen animal, y un enfoque de equidad de género se instalaron de manera permanente. Y vino también la convicción de que los animales no son superiores ni inferiores a los seres humanos, si no que todos somos parte de un ecosistema que necesita de todas sus partes para funcionar y generar bienestar colectivo.

Para muchos y muchas, admirable. Para muchos y muchas, radical y exasperante. Pero en todas esas apreciaciones hay un juicio.

En las conversas comenzaron a aparecer preguntas como "¿Y si estás en un lugar donde no hay nada más que comer que carne y queso... ¿Qué haces?" o "¿Y por qué te arreglas y maquillas si eres tan feminista?" o "Pero si los humanos hemos comido animales desde siempre, te vas a desnutrir pronto" y la que nunca olvidaré, el hombre que se atrevió a decirme: "Te crees feminista pero no lo eres tanto, hay mujeres que realmente son radicales".

Creo firmemente que detrás de la adopción de cualquier doctrina, convicción o modo de vida, está la búsqueda de respuestas profundas, a preguntas que surgen de las inconsistencias y problemas del mundo. Y tanto las unas como las otras son sumamente personales, y suelen ser tan complejos, interconectados y multifactoriales que las iniciativas individuales raramente harán un impacto significativo. Al mismo tiempo, al tratar de afectar positivamente una realidad, perjudicarás sin querer otra. No hay remedio para eso.

Adoptamos una filosofía tratando de ser coherentes, pero asumámoslo, es imposible ser coherente en este mundo actual lleno de desafíos tan intrincados. Por eso me frustra enfrentar cuestionamientos a mis decisiones de vida, muchas veces de personas que no han decidido nada respecto a la suya aún. "¿Eres feminista y escuchas reggaeton sexualizado? Qué incoherente", "¿Eres vegana y comes miel? Ridículo", "¿Eres ecologista y viajas en avión? No tiene sentido"

Y la mayoría de la gente, ¿qué hace? No tanto como pudieran, de eso estoy segura.

Si yo no juzgo al mundo porque comprendo la dificultad de actuar en coherencia, me resulta especialmente difícil enfrentar cuestionamientos que surgen de las caricaturas de las etiquetas disponibles, no del entendimiento de que cada acción consciente y en pro de la justicia y bienestar colectivo es un aporte. Todas y todos tenemos la oportunidad de ser un aporte.

Entonces ¿qué hacer con la molestas preguntas capciosas? calma, empatía y convicción ante todo. No convicción de la etiqueta que nos pusimos o nos pusieron, si no que de la mirada amplia que es necesaria para llevar a cabo los cambios. No discutir ni enojarse, si no que invitar hasta donde se pueda. Humor y amor en la medida de lo posible.

La clave está en la colectividad y masividad que generan millones de individuales que decidieron ponerse una etiqueta y vivirla de manera imperfecta e incoherente, pero avanzando en conciencia.

Así que ya sabemos, no tengamos miedo de ponernos etiquetas, aunque tiene ventajas y desventajas, enfrentaremos odios, mañas y cuestionamientos. Pero no le debemos perfección a nadie, ni a nosotras mismas. El mundo necesita gente que quiera emprender acciones colectivas para generar impacto.

¡Nos leemos luego, un abrazo!