Viviendo con Ratones de Laboratorio
Te invitamos a leer las reflexiones de una filósofa después de convivir con unos inesperados roomies...
Bullie, Bram y Wezel eran tres de los 25 ex ratones de laboratorio con los que conviví entre 2020 y 2023. Estos animales formaban parte de un proyecto piloto de adopción de pequeños animales de laboratorio, ratones y ratas, organizado por una coalición de asociaciones neerlandesas de defensa animal junto con la Universidad de Utrecht, en los Países Bajos.
Soy filósofa y escribo sobre los lenguajes y la agencia política de los animales no humanos. Cuando adopté a estos ratones, esperaba interactuar con ellos y, quizás, ganarme su amistad. Pero pronto me dejaron claro que no estaban interesadas en eso. Cada vez que introducía la mano en su casa, la miraban con desdén y trataban de enterrarla. Decidí entonces tocarles música, porque sí les gustaba mi voz. Cuando les cantaba con la guitarra o el ukelele, me detenía a observarlas. Con el tiempo compartido a su lado, fui aprendiendo que los ratones no son el tipo de seres que la mayoría de los humanos cree que son.
Se utilizan ratones en experimentos porque son pequeños y baratos, porque se reproducen con rapidez y porque los humanos los consideran seres simples, mecanicistas y reemplazables. En los Países Bajos, donde vivo, cada año se usan alrededor de 200.000 ratones en experimentos, y se cría aproximadamente la misma cantidad que nunca llega a utilizarse. Casi todos son sacrificados. En Estados Unidos, se estima que cada año se emplean entre 10 y 111 millones de ratones; los roedores no están cubiertos por la Ley Federal de Bienestar Animal, de modo que ni siquiera se llevan registros exactos. Y, sin embargo, a pesar de usar tantísimos ratones, sorprendentemente sabemos muy poco sobre ellos.
Esto ocurre porque los experimentos están centrados en los humanos. Los ratones de laboratorio rara vez se estudian para conocer su cognición, sus emociones o su vida social en sí misma. Más bien, se utilizan para generar conocimiento sobre los cuerpos, las mentes y las enfermedades humanas. Además de los muchos problemas de extrapolar de ratones a personas, esos hallazgos no siempre nos ofrecen una imagen clara de quiénes son. Por ejemplo, los ratones suelen tener miedo de los científicos varones, lo que puede distorsionar las observaciones. También las condiciones de vida alteran los resultados: además del cautiverio y el aburrimiento, suelen pasar frío.
Para entender mejor a los ratones que vinieron a vivir conmigo, busqué estudios sobre la vida social de los ratones de laboratorio: sus caracteres, amistades, comunidades, las formas en que juegan. No encontré ninguno. Sí abundan los trabajos sobre capacidades como el “contagio emocional” o comportamientos como el “acicalamiento afiliativo” (aloacicalamiento), pero esos estudios muestran una imagen incompleta, porque se enfocan en un único aspecto de la vida de los ratones y buscan trazar características de la especie en lugar de mirar a los individuos y sus relaciones sociales. Claro que, en general, los ratones de laboratorio no viven lo suficiente como para construir una comunidad, y los científicos suelen verlos como objetos de estudio y no como sujetos con una vida que les importa, antes que nada, a ellos mismos. Luego busqué estudios sobre la vida social de los ratones en general. Nuevamente, no hallé lo que necesitaba. Hay investigaciones sobre la comunicación de los ratones, su vida sexual y su estructura social, pero no existen estudios a largo plazo sobre sus comunidades, como sí los hay en chimpancés o córvidos. Decidí entonces escribir yo misma sobre los ratones.
Para poder averiguar más sobre las relaciones entre los ratones y comprender sus prácticas, primero necesitaba aprender quién era quién. El primer grupo que adopté consistía en 10 ratonas. Todas tenían el pelo marrón. Después de algunos días empecé a reconocer las diferencias entre ellas. Hice una lista con sus nombres y características físicas. Algunas eran más grandes, como Grote Muis (Ratona Grande) y Kleinoor (Oreja Pequeña). Otras eran más pequeñas, como Kleine Muis (Ratona Chica) y Kraaloog (Ojo chiquito). Witoog (Ojo Blanco) tenía un anillo blanco alrededor de uno de sus ojos, y al describirlas de este modo aprendí a distinguir quién era quién. Con el tiempo también empecé a notar diferencias en sus personalidades. Flankie siempre era la primera en probar nuevas comidas y casas. Vachtje era un poco solitaria. Kleinoor y Grote Muis eran tranquilas, Kraaloog era vivaz y veloz.

Poco a poco comencé a comprender sus formas de expresión. Emitían un sonido “chk-chk” cuando exploraban, que expresaba una especie de curiosidad serena. Chillaban fuerte mientras eran acicaladas. Cuando querían ser acicaladas, tenían un movimiento especial, apoyaban medio rostro en el suelo, que usaban como invitación. Mantener la cola recta hacia arriba significaba entusiasmo. Las ratonas que se querían a menudo se sentaban con las puntas de las colas entrelazadas. También tenían muchos saludos, como besarse en la boca, entrelazar las puntas de las colas y alinear su postura con la de otra. Con el tiempo también empecé a ver lo significativos que eran algunos de sus hábitos y prácticas. La primera vez que lo vi claramente fue cuando Vachtje ya no pudo correr en la rueda de ejercicio debido a su tumor. (Muchas de las ratonas desarrollaban tumores, y no había mucha atención médica disponible para ellas. Es irónico, dado cuánto sabemos sobre sus cuerpos y cuánto de la investigación en medicamentos contra el cáncer involucra a ratones.) A las ratonas les gustaba correr en la rueda; cuando otra ya estaba corriendo, se sentaban junto a la rueda y calculaban la velocidad con sus manos antes de saltar dentro. Cuando Vachtje ya no pudo saltar, igualmente se sentaba al lado de la rueda y la movía con sus manos.
Las ratonas también cambiaban con el tiempo. Un ejemplo simple es el acicalamiento. En los primeros días, después de que llegaba un nuevo grupo, solo se acicalaban a sí mismas, pero nunca entre ellas. Normalmente, comenzaban el acicalamiento mutuo después de una semana o así, bastante largo en tiempo de ratón, dentro de las cajas de zapatos donde dormían. Con el tiempo, se sentían más cómodas acicalándose a la vista, y especialmente les gustaba hacerlo en el techo de la caja de zapatos. Cuando envejecían, desarrollaban más sus prácticas de cuidado. El primer año con cada grupo era el más fácil: todas estaban sanas y felices. Pero después de un año aproximadamente, empezaban a enfermarse, principalmente tumores, pero también accidentes cerebrovasculares. Siempre que una ratona estaba enferma, las demás la cuidaban. Se sentaban junto a ella para sostenerla con su cuerpo mientras comía; las sanas dormían al lado de las enfermas, quizá para mantenerlas calientes. Dos veces fui testigo de que formaban un círculo alrededor de una ratona enferma. Una científica quizá escribiría que estaban adquiriendo información útil sobre su entorno. Para mí parecía un círculo de cuidado.
También comenzaron a cuidar de sus compañeras muertas. Cada vez que una ratona moría, yo dejaba su cuerpo en la casita, para que las demás pudieran comprender que había muerto y despedirse. Vi la misma respuesta en los tres grupos. Con la primera muerta, ignoraron el cuerpo y siguieron con sus asuntos. Cuando murieron la segunda y la tercera, se asustaron. Estaban tímidas y permanecieron más de lo normal en sus casas para dormir. Con la cuarta muerte, empezaron a cuidar el cuerpo. Primero saludaban a la ratona muerta; luego la acicalaban de la misma manera que a sus compañeras vivas; y después arrastraban el cuerpo hacia una esquina, donde la enterraban con material de nido y heno. Una Víspera de Año Nuevo eché de menos a Wolkje (Nubecita) y tuve que sacar todas las cajas y ruedas de la casita antes de encontrar su cuerpo, completamente sellado con trozos de papel en una de las casitas de juego.
Por supuesto, yo no solo miraba a las ratonas. Ellas también me miraban y trataban de averiguar qué clase de ser era yo. Con el tiempo formamos hábitos, como el ritual de la música, y yo compartía mi comida con ellas. Cuando ya eran viejas, podían moverse libremente por la habitación donde estaba su casa y no me tenían miedo, así que nuestro contacto creció. Pero aún estaban más interesadas entre ellas, y yo no llegué a formar vínculos fuertes con ellas. Eso cambió con Spokie.
Spokie fue la última ratona del último grupo. Después de que sus amigas murieron, era demasiado vieja para emparejarla con nuevas ratonas. Nunca había sido muy sociable y me alegré de que fuera ella quien quedara, y no alguna que estuviera más apegada a las demás y las echara de menos. Aun así, me preocupaba que se sintiera sola, y a menudo le cantaba o le hablaba. Entonces salía de su casita para saludarme. También hacíamos excursiones por mi casa: la llevaba a diferentes habitaciones y disfrutaba explorando nuevos espacios. Ya no era rápida, y como era verano, también íbamos al jardín, donde podía corretear entre la hierba mientras yo me sentaba a su lado. Al principio parecía indiferente a mi presencia, pero con el tiempo se quedaba cerca y se sentaba conmigo.
Un día me invitó a acicalarla. Apoyó un lado de su cara en el suelo y me miró con el otro ojo. Reconocí esta postura de cuando las ratonas invitaban a otras a acicalarlas. Así que empecé a acariciarle la cabeza y las orejas, muy suavemente, porque eso era lo que quería. Flankie, Bullie, Spokie y las demás tenían sus propios caracteres y personalidades. Al mismo tiempo, está claro que la imagen existente de los ratones en las sociedades humanas y en la ciencia, como seres simples, mecanicistas, reemplazables, es completamente equivocada; por eso sí quiero hacer afirmaciones generales para contrarrestarlo. Las ratonas que vivieron conmigo eran seres profundamente sociales, y el cuidado estaba en el centro de sus vidas. Continuaban aprendiendo a lo largo de toda su vida, y seguían desarrollando sus proyectos y relaciones con las demás.
Todos los animales, creo, saben más o menos lo mismo sobre lo que importa en la vida: comunidad, amor, cuidado, muerte. Ver cómo vivían las ratonas, no como bióloga ni como neurocientífica, sino como filósofa y criatura compañera, me enseñó sobre la vida misma. Como sus vidas son tan cortas, también fui testigo del ciclo de la vida 25 veces. Primero eres joven y buscas tu lugar en la vida; luego eres fuerte y trabajas en tus proyectos; luego disminuyes el ritmo; y finalmente pasas a formar parte de todo lo que existía antes de que nacieras. Las ratonas me mostraron cómo la vida y la muerte siempre están entrelazadas, y lo fino que es el hilo que las separa. Al final, todas somos seres vulnerables que estamos aquí solo brevemente. Lo mejor que podemos hacer es cuidarnos bien unas a otras.
Esta nota fue traducida por Javi, puedes leer el documento original haciendo click en este enlace.
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Rosa Dice:
Que linda historia, tenemos mucho que aprender de ellos 🐀
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